El otro dia soñé con un bar al que yo fui muchos años en mi niñez y adolescencia. El bar La Alegría era ese típico bar montevideano de antes que era atendido por gallegos y donde se hacían comidas reales y no minutas o comida rápida.
Es raro soñar con un bar, y más raro es soñar con un bar al que deje de ir hace 24 años. Pero más raro aún es recordar en el sueño la cara del cocinero con una claridad como si lo hubiera visto anoche. Puede parecer raro pero para mi no lo es, soñar con ese bar y con Pepe el cocinero es recordar una etapa muy linda de mi vida y por alguna extraña razón el subconsciente quería estar un ratito más en el bar aunque fuera en un sueño.
El bar quedaba en las esquinas de Juan Paullier y Daniel Muñoz, frente al viejo platense patín club. Mi casa quedaba a tan solo una cuadra por Paullier y en esa época era muy normal que la gente comiera en estos bares, mi viejo no era la excepción y concurría muy seguido a desayunar o comer. El desayuno era un clásico el cual ya no lo pedía, cuando el llegaba y se sentaba a leer el diario le traían su cortado con tres corazanes dulces. Si yo lo acompañaba antes de irme a la escuela, a mi me traían una cocoa y un especial de jamón y queso. La cocoa no estaba en el menú, la comparaban especialmente para dármela a mí, hoy lo recuerdo y me parece algo muy romántico de parte del bar.
Cuando los sabados queríamos festejar que habíamos ganado algún partido del baby fútbol con Rayo Rojo estacionamos el Fiat 600 en la puerta y entrábamos cantando dale campeón (aunque no éramos campeones de nada) y nos servían una Sprite y un helado. Los helados eran algo increíble, uno de los hermanos dueños del bar (manolo) tenía una heladería, entonces vendían esos helados también en el bar, eran una delicia.
Durante muchos años siempre nos atendió el mismo mozo, se llamaba César, era uruguayo pero yo siempre pensé que era español. Cada vez que mi padre le preguntaba que había en el menú el siempre lo recitaba de una forma cantada única; sopa, ravioles, tallarines, pastel de carne, estofado y churrasco con puré de papas y huevo frito. Obviamente el menú variaba, habían dias con albóndigas, otros con cazuela, guisos, etc, pero César los decía de una forma que parecían todas las mismas comidas.
Tomar sopa hoy en un bar montevideano debe ser algo muy raro, pero en lo de Pepe era lo más normal. Algunos lo hacían previo a la comida principal y otros directamente como plato único. Pepe era el cocinero, un gallego divino, de esos que sabes que tienen buen corazón. Era uno de los dueños pero el siempre estaba en la cocina junto a su señora ( o eso creo yo) y cuando te acercabas a la barra de la puerta de la cocina siempre se acercaba a charlar y a preguntarte que habías pedido que te lo sacaba rápido y calentito. Hay que tomar la sopa para crecer fuerte siempre me decía.
En el año 1993 nos mudamos del barrio y nos fuimos a Pinamar, 37k de distancia, pero por circunstancias de la vida a pesar de ya no vivir en Montevideo seguía viniendo a la escuela España que quedaba en 18 de julio entre Paullier y Requena. Como mis viejos laburaban mi padre habló con Pepe y Manolo para ver si yo de 12 a 13.30 me podía quedar en el bar ya que no tenían con quien dejarme. Todos los días al salir de la escuela caminaba por Juan Paullier desde 18 hasta lo de pepe. Tenía una mesa especial para mi al costado del mostrador de altura especial con una silla, siempre la misma y cuando yo me iba la sacaban.
El menú para mi era una sopa como entrada y luego el plato del día acompañado por un enorme vaso de leche. Pepe me traía la comida él personalmente y me preguntaba cómo me había ido en la escuela, siempre me decía que tenía que estudiar mucho y tomar mucha leche. Los viernes además de lo anterior me daban un helado. (Amaba los viernes)
Luego que terminaba de comer me quedaba mirando el entorno del bar y escuchando la charla de los trabajadores de Adria que todos los días comían en la mesa frente a la mía. El bar no tenía televisor y en la radio siempre sonaba tango pero muy bajito, eso servía para poder escuchar charlas de política y de alguna que otra mujer. Hablando de mujeres, se veían pocas en el bar, pero había, en especial al medio día.
Luego de ir toda la semana los sábados mi padre pasaba por el bar a pagar. La cuenta eran pedazos de papel que simplemente decían, Diego, el día de la semana y que había comido. No se porque pero mi viejo durante muchos años guardó estos papeles.
Cuando deje de ir a la escuela en Montevideo deje de ir tan seguido al bar y si bien por algún tiempo los sábados pasabamos por ahí la distancia fue dilatando el vínculo. Tras pasar algunos años sin ir un día mi padre me cuenta que fue a tomar algo a lo de pepe y que me mando saludos, además me dijo que le pidió que me fuera a despedir ya que se volvería para España.
No recuerdo bien la fecha ni el día, solo sé que cuando entré al bar parecía que no había pasado el tiempo, estaba exactamente igual. Apenas entramos estaban Manolo y el hermano que no puedo recordar su nombre, me vieron entrar ya grande pero me reconocieron, me vinieron a saludar y me mostraron mi silla y mi mesa que todavía estaba guardada esperando que yo volviera. Nos sentamos en la mesa de mi viejo (él tenía una predilecta frente a la ventana) y sin que pidiera nada me trajeron el gigante vaso de leche, recuerdo que me dio mucha gracia porque no tenía pensado tomar leche, pero no importo y la tomé igual como tantas otras veces.
Unos minutos después viene a la mesa Pepe y muy emocionado me da un abrazo y me dice que me extraño, me cuenta que mi viejo cada vez que fue le contaba de mi y de cómo estaba jugando en las inferiores de Rampla, que había metido un gol y que estaba muy orgulloso. Era un viejo divino, difícil no recordar con emoción.
Luego de hablar de mi por un rato hizo algo que en los años anteriores jamás, se sentó en la mesa a compartir con nosotros un rato. Nos contó que amaba el Uruguay pero que extrañaba mucho su tierra, que ya había trabajado mucho durante toda su vida y que era hora de descansar. Nos contó que sentía que le estaba llegando su hora y mientras tuviera memoria quería volver a ver el lugar donde nació y de donde lo obligaron a irse. Fue una charla muy extensa y donde el viejo Pepe me miraba con ojos de cariño, de un abuelo despidiéndose de un nieto.
Pepe se fue, el bar La Alegria cerró y jamas supe mas nada de él y sus hermanos. Muchas veces a lo largo de estos 24 años pensé en ese bar, en sus mediodías con el sol entrando por sus ventanas, la paz de poco ruido apenas interrumpido por los interdepartamentales que pasaban por Muñoz. Y cada vez que paso por esa esquina los recuerdo y me da mucha curiosidad saber cómo está adentro ahora el bar, si se conservará algo….
Pensándolo bien, no es para nada raro que soñara con El Bar la Alegría porque ahí fui feliz y seguramente mi subconsciente me lo quería recordar.
Aquí quedaba el bar: