Sin crucero, y aunque tiene cinco naves, esta inmensa catedral aparece como vaciada de golpe. Sujeta al suelo por las amarras de sus contrafuertes, es un navío para transportar almas. Cinco pórticos se aprietan, uno contra otro, al pie de la fachada principal: de izquierda a derecha, los pórticos de San Guillermo, de la Virgen, del Juicio Final, de San Esteban y de San Ursino.
El tímpano del Juicio Final está ejecutado con un sentido de la representación, de los agrupamientos, del equilibrio de los motivos, que hace de él, tal vez, el más bello de todos los de las catedrales francesas. Debajo de Cristo, desnudo hasta la cintura, el arcángel San Miguel, desplegando sus afiladas alas, separa el Paraíso del Infierno. Sobre uno de los platillos de la balanza, un cáliz nos recuerda que sólo por la sangre de Cristo pueden ser salvados los hombres.

En las superficies abovedadas, toda la jerarquía celeste asiste al terrible espectáculo. Las puertas laterales son los únicos vestigios de la antigua catedral románica. La del norte está consagrada a la Virgen, que se ve en ella representada con majestad, la del sur nos muestra la aparición del Hijo del Hombre. Los apóstoles están sentados a sus pies. En el interior, ninguna nave de iglesia ofrece una perspectiva tan grandiosa como la de Bourges. Los pilares se funden, de una vez, y se olvida que son soportes, para no descubrir sino la luminosa alameda que trazan hacia Dios.
La colección de las vidrieras de la catedral de Bourges, aunque incompleta, es de gran magnificencia. Muchas están consagradas a santos locales. La catedral de Bourges es tal vez la iglesia donde mejor se expresa el deseo que sentían los hombres de la Edad Media de ser acogidos en el Cielo por amigos.
